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miércoles, mayo 26, 2010

Bicentenario argentino: El desarrollo económico exige más rigor intelectual

El desafío del Bicentenario es revertir la inequidad. Ser estables y predecibles son condiciones imprescindibles para recuperar instituciones y mejorar la vida de la gente.

En los tiempos del Centenario, el ingreso por habitante argentino era el octavo del planeta y equivalía al 70% del de los EE. UU.; hoy ocupamos el lugar número 45° de dicho escalafón y el PBI per cápita es apenas un tercio del estadounidense. Resulta claro que en materia de desempeño económico los últimos cien años han estado marcados por un deterioro relativo. Y esta divergencia se profundizó aún más en las últimas décadas.

Desde 1975 el PBI per capita argentino creció a una tasa promedio anual de sólo 0,7%, ritmo al cual se requerirían 104 años o cinco generaciones para duplicar el ingreso por habitante. Tomando el promedio del mismo período, Brasil necesitaría 47 años, Chile sólo 22 años y China apenas 8 años para conseguir el mismo objetivo. Lo que resulta aún más preocupante es que nuestro magro crecimiento promedio se ha obtenido con muchos altibajos: años de buen ritmo de crecimiento se intercalaron con severas caídas.

En los últimos 35 años sufrimos nada menos que quince recesiones y siete crisis que hasta poseen nombre propio (Rodrigazo, Crisis de la Deuda, Plan Austral, Plan Primavera, Hiperinflación, Plan Bonex, Tequila, 2001). Una de las consecuencias más nefastas de este comportamiento volátil es el empeoramiento de la distribución del ingreso. Si bien hoy tenemos un ingreso por habitante 25% mayor que en 1975, el 10% más pobre de la población se encuentra un 20% peor en términos absolutos que hace más de tres décadas, con todo lo que ello conlleva en términos de perspectivas de futuro, cohesión social, educación, deterioro de la salud, penetración de la droga y exposición a la delincuencia.

El gran desafío que nos aguarda es el de revertir esta tendencia para alcanzar el desarrollo. Sin embargo, no se trata de una tarea sencilla, sino más bien de un proceso paulatino, laborioso y constante. Si, como piensan algunos, crecer al 8% por año dependiera sólo de mantener un tipo de cambio competitivo y superávit fiscal, ningún país del mundo padecería la pobreza. Las evitables tensiones que vivimos en la actualidad, en términos de inflación, deterioro fiscal y social, e imprevisibilidad, cuando otros países de la región parecen haber ingresado definitivamente en otro sendero, son muestras cabales de que es preciso encarar algunas cuestiones con un mayor grado de rigurosidad intelectual. No caben dudas de que un entorno más estable resulta imprescindible.

Si la macroeconomía es predecible, podremos mejorar la calidad de vida de la gente, la capacidad de acción del Estado y las posibilidades de las empresas de producir más y mejor. Sin tener que desperdiciar recursos en entender la realidad financiera o regulatoria, en contener la injerencia de funcionarios desvariados o en acertar en sus proyecciones de inflación, las firmas podrán concentrarse en agregar valor para los consumidores, los bancos podrán dar más crédito y a mayores plazos, y el sistema tributario podrá converger a estándares que puedan proveer los recursos para un Estado moderno sin obstaculizar el crecimiento de la actividad privada.

La estabilidad constituye así un primer paso para conseguir el aumento de la productividad, indispensable para mejorar el estándar de vida de una sociedad de forma sostenible. Pero también permitirá encarar otro nivel de planificación de largo plazo que vaya en la misma dirección.

Será preciso retomar una prioridad perdida hace tiempo que es la del capital humano, al menos en cuatro facetas: una garantía de ingresos mínimos para todos (por fin incorporada mediante la Asignación Universal por Hijo, pero cuyo diseño es perfectible para hacerlo más universal y sustentable), la mejora de la calidad de la educación para el mundo que viene, la adecuada distribución de la población a lo largo y ancho del país, y la política inmigratoria. Y a ello habrá que sumarle una ampliación de la infraestructura que facilite la agenda de lo productivo (transporte, puertos, etc.) y el rediseño de una matriz energética sustentable y diversificada que aproveche nuestros ingentes recursos naturales de la manera más inteligente. Para discutir y trabajar con seriedad estos temas resulta imprescindible que exista el marco adecuado.

Es por eso que una tarea fundamental tendrá que consistir en recomponer instituciones vitales de nuestra democracia como son los partidos políticos. En lugar de ser espacios donde se elabora y defiende cierto cuerpo doctrinario, se forma gente e, inclusive, se acota el margen de acción del que pueden disponer sus líderes al acceder al poder, éstos se han transformado en un ejemplo acabado del cortoplacismo al que las crisis nos han empujado y hoy son meras maquinarias que buscan alinearse detrás del candidato con mayores oportunidades de ganar. Si pretendemos construir con otra calidad nuestro destino, es tiempo de dejar de lado el discurso facilista de la antipolítica y participar en su mejora.

Las decepcionantes experiencias del pasado no deben ser motivo de enfrentamiento sino servirnos de lección colectiva para no cometer los mismos errores. La nueva configuración económica mundial presenta importantes desafíos pero también oportunidades extraordinarias. Está en nosotros la posibilidad de pararnos en este Bicentenario con los ojos puestos en el futuro.

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ACLARACION: Este blog no es antiperuano ni nacionalista chileno. Este blog simplemente recopila y (a veces) comenta sobre artículos recopilados en la prensa nacional y mundial y que involucran a Chile. Si parece "cargado" hacia Perú, simplemente, es resultado de la publicación constante -y obsesiva- en ese país de artículos en que se relaciona a Chile. Así también, como ejemplo opuesto, no aparecen articulos argentinos, simplemente, porque en ese país no se publican notas frecuentes respecto Chile. Este blog también publica -de vez en cuando- artículos (peruanos o de medios internacionales) para desmitificar ciertas creencias peruanas -promovidas por medios de comunicación y políticos populistas de ese país- sobre que Perú ha superado el desarrollo chileno, lo que es usado en ese país para asegurar que Chile envidia a Perú y que por eso buscaría perjudicarlo. Es decir, se usa el mito de la superación peruana y la envidia, para incitar el odio antichileno en Perú.