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sábado, agosto 22, 2009

¿Cuánto valen las marcas Concertación y Alianza?

MEO se alimenta de la debilidad de ambos conglomerados. El diputado –y este es el fenómeno que hay tras él– está logrando correr el cerco y pastar en las prohibidas praderas de ambos conglomerados.

Si hay un fenómeno que resalta de cómo se está desarrollando la campaña presidencial es que Marco Enríquez-Ominami esté amenazando con superar el umbral del 20% y, de paso, lograr algo que antes nadie pudo: salirse del alero protector de las marcas paraguas de las grandes coaliciones –léase Concertación o Alianza– y no morir en el intento.

Quienes lo han intentado no han tenido buenos resultados. El más exitoso fue F. J. Errázuriz, quien creció cuando la derecha ni siquiera tenía paraguas corporativo común. Pero con el tiempo, de su apuesta sólo quedaron tres palabras tartamudas: Fra-Fra, Centro-Centro y Pío-Pío. Poco feliz fue también el caso de José Piñera. Y por el lado de la Concertación, Nelson Avila, Frei Bolívar, Navarro, el Colorín Zaldívar y Arrate han intentado salirse del paraguas y sobrevivir en la intemperie, pero se entumecieron muy rápido y, si no desaparecieron, van en camino de hacerlo.

Hoy, es un dato irrefutable que la marca Concertación actuó como respaldo y garantía de confiabilidad y gobernabilidad, y que la extensión de su marca favoreció a sus filiales partidarias y candidatos de turno. Es más, la marca Concertación terminó comiéndose a las marcas partidarias. Ni Lagos ni Bachelet fueron ungidos por ser del PS: para las personas representaron lo mejor del conglomerado… y punto.

De hecho, el corazón vivo de la Concertación debe estar llorando por no haber gatillado un proceso de primarias para ungir en forma abierta “al mejor candidato”. Frei es quizás hoy mejor político, pero el problema está en que la Concertación es hoy mucho menos como conglomerado. Pero si la coalición ya no eligió “al mejor candidato”, es el propio candidato el que debe explicitar cuál es la Concertación que representa y su cara.

En la derecha, por el contrario, durante mucho tiempo se privilegió a las marcas partidarias. La Alianza no fue ni respaldo ni garantía, apenas un mal paraguas que se llovía a la menor provocación entre RN y la UDI. Pero hoy, ayudados por el liderazgo único de Piñera, los partidos de derecha parecen haber entendido la lección. Se han esforzado por reparar el paraguas común e incluso han trabajado para ampliar su sombra, en desmedro de las marcas filiales UDI y RN. Pero no han sido claros.

Primero, en vez de potenciar la identidad de la marca Alianza, quisieron asumir sus limitaciones e intentaron ampliar de manera instrumental –y fallida– su espectro electoral, sumando los supuestos votos de Chile Primero de Flores. Pero más que un trasvasije de atributos, lo que sucedió no fue más que una colisión de atributos y de baja credibilidad. Recientemente, un personero importante planteó que para aprovechar el expectante momento sería oportuno hundir la Alianza y reponer el propósito de cobijarse bajo la marca Partido Popular. Si ellos mismos no creen en la marca Alianza, ¿por qué otros deberían hacerlo?

En la actualidad, la marca Piñera es sin duda más fuerte que la de la Alianza, pero para algunos es un second best candidate y la ausencia de un significado fuerte tras la marca Alianza no lo ayuda. Bachelet era second best para muchos decé, pero la coalición todavía era fuerte. Sin embargo, la Alianza no parece estar totalmente convencida de la fortaleza de su marca. De hecho, enfatiza más el discurso no a la Concertación que el de sí a la Alianza. Así, favorece su invisibilidad y el trasvasije potencial de votos hacia MEO.

Es indudable que MEO se alimenta de la debilidad de la Concertación y de la Alianza. El diputado –y este es el fenómeno que hay tras él– está logrando correr el cerco y pastar en las prohibidas praderas de ambos conglomerados. Si no fuera así, no se explicaría el crecimiento que ha tenido, pese a estar a la intemperie y sin contar con un paragua partidario fuerte que lo cobije. Lo más probable es que siga pastando y cosechando en esas fértiles tierras, al menos mientras no se afirme la marca Alianza y Frei no resuelva cuál es la identidad de la marca Concertación a la que representa.

Pero sin duda es la campaña de Frei la que tiene que estar más alerta y entender a cabalidad las implicancias del todoterreno MEO. Sin una Concertación que sea capaz de transmitir vitalidad, capacidad de reinvención, Frei es un candidato al que se le ve muy solo, muy al descampado.

Necesita en forma urgente aclarar cuál es la Concertación bajo la cual espera cobijarse para gobernar. La gente sigue esperando ver quién está detrás de él, quién lo respalda en definitiva. Al fin y al cabo, el electorado entiende clarito el dicho de que las personas se van y las instituciones (con marca) continúan. Pero Frei debe ir más rápido: si a Bachelet le podía bastar la promesa de incorporar nuevos rostros, Frei tendrá que mostrarlos antes de las elecciones. Así, lo que para Bachelet podía ser retórica, para Frei es obligación. Y Piñera tendrá que ir más lento, porque si no se sube la Alianza, su valor de marca pierde la densidad que necesita para superar la barrera del 50%.

Pase lo que pase, las marcas llegarán tan debilitadas al final de la elección, que la que pierda probablemente no perdure.

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