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miércoles, diciembre 27, 2006

¿Quién va ganando en América Latina?

por Álvaro Vargas Llosa

WASHINGTON, DC.— En los últimos doce meses se celebraron doce comicios generales en América Latina y el Caribe, si excluimos a Guyana, que pertenece al club de los angloparlantes, e incluimos a Haití, país “ambidextro” de lengua francesa que unas veces se coloca entre los latinos y otras entre los anglosajones. La centroderecha ganó tres de esas doce elecciones (Honduras, Colombia y México), mientras que en nueve triunfaron distintas vertientes de la izquierda. El giro a la izquierda no está en discusión. La cuestión medular es quién va ganando la pugna cultural al interior de la izquierda.

La respuesta no es obvia. Estrictamente hablando, la extrema izquierda triunfó en cuatro comicios (Bolivia, Nicaragua, Ecuador y Venezuela) y la izquierda moderada lo hizo en cinco (Chile, Haití, Costa Rica, Perú y Brasil). Si sacamos a Haití de la ecuación, el resultado es un empate entre el populismo radical –los “carnívoros”– y la izquierda moderada –los “vegetarianos”–.

Si medimos la correlación de fuerzas entre las dos izquierdas que ganaron comicios según su peso demográfico o económico, los vegetarianos llevan gran ventaja gracias al Brasil. Si lo que medimos es la proyección política, los carnívoros lucen más pugnaces gracias, también, al Brasil: el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva ha decidido consentir antes que contrarrestar a Hugo Chávez.

Puede ser que algunos de los radicales resulten ser moderados. Daniel Ortega ha enviado señales mixtas desde que fue elegido en Nicaragua. En un país todavía lleno de cicatrices por su experiencia marxista, la campaña del sandinista fue calculadamente “vegetariana”. Y el hecho de que populistas radicales como el Presidente electo del Ecuador, Rafael Correa, coqueteen con dirigentes como Lula da Silva tanto como lo hacen con sus colegas termocéfalos oscurece, de tanto en tanto, la línea divisoria entre ambos bandos.

Si juzgamos a los gobiernos elegidos este año por sus políticas internas, notaremos que la izquierda moderada tiene más en común con la centroderecha que con la izquierda lunática. El Presidente Lula provocó un escándalo hace poco al declarar, con ocasión de sus 60 años, que no se siente de izquierda sino “social-demócrata”. Eso implicaría que, desde el punto de vista de las políticas domésticas, Chávez y su cogollo van perdiendo. Pero en política exterior, al menos en asuntos hemisféricos, los gobiernos de la izquierda moderada tienen más en común con los de la izquierda carnívora que con la centroderecha, con excepción de Chile (izquierda) y Colombia (derecha), cuyos gobiernos suscribieron hace poco un amplio acuerdo comercial. Por lo tanto, el resultado parcial es otro empate.

Dos factores otorgan a los radicales populistas una proyección desproporcionada en el continente. Uno es la renuencia de Lula a ser el contrapeso de Chávez aun cuando conduce una nación seis veces más grande en términos económicos. El otro es la circunstancia de que muchos de los izquierdistas moderados utilizan su fraternidad con Chávez para hacer guiños a sus bases radicales y para compensar su abandono del populismo en materia fiscal y monetaria.

¿Traerá el año próximo un cambio en el equilibrio del poder entre “carnívoros” y “vegetarianos”? Un factor podría alterarlo: la Cuba después de Fidel. Con el “máximo líder” de salida, Chávez asumirá la jefatura definitiva de los carnívoros probablemente el año que viene. Pero no está del todo claro que Caracas pueda dictar los asuntos de la nueva Cuba.

La relación de Chávez con Raúl Castro es tensa. Es cierto: cuenta con aliados importantes como el vicepresidente cubano, Carlos Lage, el mismo que alguna vez sugirió la creación de una confederación de ambos países con Chávez de Presidente. Pero otros “aparatchiks” están incómodos con la intromisión y sus impulsos nacionalistas podrían limitar la influencia de Venezuela tras el deceso de Fidel (asumiendo que no es inmortal).

Fidel Castro “hizo” a Hugo Chávez ungiéndolo heredero continental y ayudándolo a establecer una poderosa estructura política al mismo tiempo que una red de asistencia social mediante la cual el gobierno venezolano se ha vuelto indispensable para millones de pobres. El simbolismo de una Cuba independizada de Venezuela sería lo bastante poderoso como para lograr lo que tres derrotas recientes del caudillo “bolivariano” –en las elecciones peruanas, en los comicios mexicanos y en la lid por un asiento latinoamericano en el Consejo de Seguridad— no consiguieron del todo: devolver la proyección regional de Chávez a su modesta medida.

(c) 2006, The Washington Post Writers Group.

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